martes, 27 de marzo de 2007

Conceptualidades

El Artista Conceptual cuenta en una de sus aperturas que fue a la guerra y el avión que pilotaba se estrelló en Siberia. Relata cómo es que un grupo de siberianos habitaiglúes lo salvan envolviéndolo en grasa de ballena sin saber que es nazi, y también cómo luego los asesinó por episodios para envolverse con la grasa de ellos, siempre con la intención de conservar el calor.

La gente enloquece de amor por el Artista Conceptual cuando con sus manos grafica el penoso trayecto que debió recorrer entre la aldea siberiana, ahora extinta, y el puerto de Hainan, en donde se coló en un barco disfrazado de Vaca Sagrada con lo poco que le quedaba de sus abrigos de piel humana.

El Artista, Conceptual y por tanto una bestia de símbolos, se da la molestia de tenderle la mano a una mujer que rompe a llorar entre la gente, y prosigue aclarando que con lo que quedó de su disfraz se hizo un escudo de indiferencia para protegerse de ellos, los espectadores, y que también armó así sus primeras obras, encajando dientes de niños y dedos recogidos en el camino.

El Artista nota cómo toda la gente se ha callado conmovida. Ve como los niños abren una boca grande y los adultos han parado de buscar con la mirada a los camareros, que a su vez también están atónitos. Ahora todos comprenden el porqué de la manía del Artista Conceptual con la grasa de ballena, el por qué de las peleas con los ecologistas y su exótico acento similar a un mugido.


Alguien entre la gente atontada habla a grito pelado, abriéndose paso. Da codazos a los que se apiñan alrededor del Artista Conceptual con la boca abierta, sobre todo a las mujeres que ya suspiran encontrando en él un supuesto “perfil griego”. Es la madre del Artista Conceptual. Le dice que no entiende, que no sabe, que no se cubra la boca con las manos (plaf plaf, sonido de cachetadas), que igual está castigado por decir mentiras, que qué pensaría el Padre del Artista Conceptual si estuviera vivo, que son sus amigos, que sus amistades Conceptuales lo están sumiendo en la banalidad del sinsentido posmodernista, que le están comiendo el cerebro. Y aunque ya es evidente que todo lo dicho es una farsa, este vuelco hace que la gente ame de una manera mucho más profunda y retorcida a la figura del castigado Artista Conceptual, que se va de la galería agachado, a la altura a la que su mamá lo puede agarrar de la oreja.

Viajes místicos siempre ocurren en el desierto

Salida a Tocopilla a 1 Km., 500 m., Doña Rosa Hostal, 100 m.

No he podido dormir ni un solo momento en todo el camino. Apoyo la cabeza en el vidrio, mirando hacia fuera el desierto que parece todo azul. No es gran cosa: kilómetros de tierra aplanada o dispareja con uno que otro cerro visible desde lejos. Cruzarlo de noche debiera ser un espectáculo soporífero (como indiscutiblemente el resto de los pasajeros del bus piensa mientras ronca), pero no tengo sueño y la ansiedad me hace leer todo tipo de carteles puestos en el camino.

Al viajar al norte no sólo la tierra se va secando, en el avance también los rostros de los que suben y bajan se vuelven más áridos. En el camino el color del paisaje a cada metro recorrido se deslava un poco más. El ánimo se torna denso e introspectivo cuando ya se acaba de leer la línea final del libro que llevabas para entretenerte o cuando el sobrecargo apaga la televisión. Todos comieron hasta la última de las galletas con Coca Cola, sacaron la última letra del último puzzle y se acostaron a dormir.

Y yo, que no puedo dormir, ya perdido el entusiasmo de la partida analizo hasta el más inverosímil de mis futuros problemas, eso a falta de suficientes para cubrir las 24 horas de continua carretera. Llegada la hora, con los ojos perdidos en el tierral, creo buscar algún rastro de humanidad, como si en el reflejo de la gente dormida estampado sobre el paisaje se pudiera encontrar algo. Entorno los ojos, concentrada. En un parpadeo el plano cambia a verde, luego a gris. No me doy cuenta y en un cabezazo todo se va a negro. De seguro el ojo me queda morado.

Pero no importa porque estoy dormida: por fin, de sopetón, soñando con llamas pachamámicas, alienígenas tatuados en los cerros del desierto y la primera vez que me dieron un beso, en Santiago, sobre un cerro pequeñito en medio de la ciudad. Estamos sentados en una banca frente al farol 113, nos acercamos, su cara toca el golpe en mi frente. Dice algo que no oigo bien, me duele la cabeza.

- Señora. Despierte señora.

Señora tu abuela. Esta cabecerita no hace más que darme tortícolis.

- Ya llegamos a Iquique. Tenemos que llevarnos el bus al corral.

Bajo taimada y sudorosa, con la frazada Tur-bus en la mano: aún la tengo cuando llego a la pensión. Ladrona y trasnochada tomo un colectivo hasta el centro. Aunque sea casi imposible dormir con un cototo en la cabeza y treinta y nueve grados dentro de un auto, concilio el sueño un par de minutos enrollada en el asiento de atrás.