martes, 29 de mayo de 2007

Cine de trasnoche

Yo soy la que tiene sueños a diario. Por lo general son imágenes extrañas, fotografías abstractas que conservo como recuerdos inventados. Otras tantas, por desgracia, son pesadillas en las que la capacidad mimética de mi cerebro se luce como nunca: situaciones reales se cruzan con películas de terror vistas en el cable, convirtiendo a las pequeñas preocupaciones diarias en crisis asmáticas matutinas.


Lo de anoche no fue más que un exceso de lo que a diario veo. Yo soy la que come mal a altas horas de la madrugada sabiendo de este riesgo. Es un sueño reiterado que en lugar de acostumbrarme con su repetición no hace más que volverse verosímil. Todas las veces, en las que comienza de la misma forma, una sensación de vértigo precede a la imagen y me despierta. Luego de eso no consigo conciliar el sueño, aún cerrando los ojos veo a mi mano ser tragada por la máquina. "¿Para qué vi esas fotos?", pienso, recordando cuando una amiga abogada me mostró las formas en que los narcos colombianos cobran los intereses de sus deudas. Estiro y encojo el brazo, tocándolo con los dedos de mi otra mano. Después de un rato vuelvo a dormir y nuevamente mi mano es tragada por la moledora de carne. En el sueño me parece cómico imaginar que pago un ajuste de cuentas. Despierto una vez más a revisar mis manos, nada. Vuelvo a dormirme. Sueño ahora que yo soy la que desea tocar las aspas en el interior de la moledora. Meto la mano despacio, sin embargo alguien empuja mi brazo y comienza otra vez el griterío. Me duele la panza, estoy sudando. Me pregunto si sé el uso real de esos aparatos. Yo soy la que cierra los ojos para ver a esos dedos que ya no son míos salir convertidos en ocho, diez, doce tentáculos amorfos. La muñeca atascada en la bola de aluminio, la boca abierta por un grito. Me parece haber gritado de verdad y estar ahora en el momento en el que ya no tengo aliento.


Seré yo quien salga con una noche de sueño menos a la calle por la mañana, quien no comprará nunca molida especial en la carnicería del barrio y temerá por varias semanas volver a dormir con la panza llena.

lunes, 14 de mayo de 2007

Trascendencia

Sólo quise ir al cielo. Terminé por convencerme de que, por lo menos una vez a la semana, era bueno abandonarlo todo. Dejé de salir por las noches con mis amigos a fumar, comencé a comer vegetales tres veces al día, bajé de peso. Saqué los carteles metaleros que cubrían mis paredes y me corté el cabello. La vida espiritual me dictaba como base el ejercicio de obsequiar y recibir. El abandono progresivo de mi vida anterior pasó de un deber a ser un vicio. Poco a poco fui acostumbrándome a sonreír sin dar importancia a nada, y a que la vida fuera buena conmigo, quizás de forma sospechosa.

En lugar de respirar esa vida como un regalo todo me pareció amenazador: cosas buenas comenzaron a ocurrir con una frecuencia que me hizo sentir culpable. Todo lo bueno que me sucedía implicaba una maldad a alguien más. Lo primero fue muy obvio, la herencia por el fallecimiento de una tía materna, sin embargo en todo lo que se me entregaba cabían dudas mortales. ¿Cuántos africanos mueren al año para que yo pueda tener una fiesta sorpresa de cumpleaños?, ¿Cuántos para que yo transite por las calles montado en bicicleta?, ¿De cuánto amor privaba a los demás amando únicamente a Sofía?, o aún peor, ¿Cuánto amor al resto desperdiciaba ella en mí?. Toda felicidad se mezclaba con una tristeza indescriptible. Hacía las cosas cada vez peor, sabía eso, pero no podía detenerme. La suerte estaba fuera de mis manos.

Decidí abandonarlo todo. Todo anterior inicio me pareció cínico al lado de éste, auténtico y completo. El viaje fue una despedida, natural a mi parecer, antes de comenzar de cero. Al regreso planeaba estabilizarme, ir lejos de la ciudad a un lugar donde nadie me conociera, vivir apenas de lo esencial. Y ahora esto, jugar inocentemente y ganar un premio. En primer lugar nunca debí haber jugado, en el juego siempre está el afán de ganar. Nunca debí hacer este viaje. Ahora si que estoy cagado, nunca voy a poder ser alguien bueno. Es más fácil que un camello pase por el ojo de una aguja. Es más fácil que desista de una vez de ser bueno o que espere ir al cielo sin hacer nada. Pero no puedo pensar a cada instante que me estoy hundiendo y bajar los brazos. Debo hacer algo antes de que empeore mi situación. Si mi suerte dicta que sólo me ocurran cosas buenas es mejor que ya nada me pase. Si no soy capaz de perder aquí, entonces no ganaré nada, y ya sólo hay una cosa que puedo perder a propósito en esta buena racha, para mi mala suerte. Sobreviviré, aunque de mí no sobreviva todo.

viernes, 11 de mayo de 2007

The Enemy Is Always Within Us

When we found out about Miles having lung cancer nobody freaked out: malignant tumors had created a series of sinister deaths among the family. The news didn't cause but a handshake or two and the remembrance of Aunt G's gastric cancer, Rodolfo's prostate adenocarcinoma, the twins' dermatofibrosarcoma and so many others. We also remembered our dad, dead of leukemia on the summer of 93.

It had been a while since my brother started spitting blood everytime he went to the bathroom. You could hear his convulsive coughing mixed with laughter all over the house. The smell of cigarettes, coffee and pine cologne always came before him as he used to pass through the door. Smoking two packs a day didn't quite help us avoid our family fate. From time to time we'd find each other in the bathroom throwing up and coughing, speculating about each other's illness, which tumor would be more hideous, who'd pay for who's tomb. “I don't wanna know”, we always concluded. The diagnose which gave my brother his birthright in our family tree was crafted through the use of sheer force after an afternoon filled with my mother's cries.

The next morning, Miles asked me to travel during Easter. He wanted to go to the house we had in Las Cruces before going into hospital. On the way there, as if it was a joke, he told me he had met a Parque del Recuerdo Cemetery sales girl. When she told him what she did for a living, he just shrugged his shoulders and startedlaughing and coughing.

Then we went down to the beach.

“As soon as I have my mechanical ventilator I'm going to be as close as I can to being a machine”, he said, laughing. I saw him throw the mouthpiece of his last cigarette to the sea and smile relieved. A sketchy horizon, the memory of my dad on the edge of that beach, with his feet on the water, telling us how the enemy is always within us.


(Traducción de Claudio Rodríguez H.)


El enemigo está dentro de nosotros

Cuando nos enteramos de que Miles tenía cáncer de pulmón nadie se espantó: tumores malignos habían creado en la familia una trayectoria de siniestros decesos. La noticia no obtuvo más que algún apretón de manos y el recuerdo del cáncer gástrico de la tía G, el adenocarcinoma en la próstata de Rodolfo, el dermatofibrosarcoma de los gemelos y tantos otros más. También recordamos a papá, muerto de leucemia el verano del 93.

Hace bastante que mi hermano había comenzado a escupir sangre cada vez que iba al baño; era posible escuchar su tos convulsiva y risa mezcladas por toda la casa. Al entrar por la puerta un olor revuelto a cigarros, café y colonia de pino lo precedía; fumar dos cajetillas diarias hacía poco para prevenir nuestro destino familiar. A veces nos encontrábamos en el baño, vomitando y tosiendo, haciendo especulaciones acerca de qué era lo que tenía cada uno, cual de los dos tumores sería más horrible, quien pagaba el sepelio del otro. “No quiero saber”, siempre concluíamos ambos. El diagnóstico que titulaba a mi hermano en nuestro árbol genealógico fue hecho a la fuerza tras una tarde entera de llantos de mi madre.

A la mañana siguiente, Miles me pidió que viajáramos en semana santa; quería ir a la casa que teníamos en Las Cruces antes de hospitalizarse. En el camino me contó, como gracia, que había conocido a una promotora del Parque del Recuerdo: cuando ella le dijo a qué se dedicaba él se encogió de hombros y comenzó reír y toser.

Luego bajamos a la playa.

“Cuando tenga el respirador mecánico voy a estar lo más cerca posible de ser una máquina”, dijo riendo. Lo miré lanzar la colilla de su último cigarro al mar y sonreír aliviado. En el horizonte impreciso, nítido el recuerdo de papá contándonos al borde de esa playa, con los pies metidos en el agua, que el enemigo está siempre dentro nuestro.


martes, 8 de mayo de 2007

Descripción sonora (Retrato)

Lo miraba dormir cuando escuché ese zumbido. Estaba de espaldas sobre la cama, demasiado recto para su estatura. Tenía bluyins viejos con un hoyo en la rodilla y una chaqueta de piel sintética azul. También una polera de cuello mal recortado llena de manchas y zapatillas sucias de fábrica, Enchuladas. Apretaba en el puño la correa de un morral tirado en el suelo, dentro de éste una bolsa de papel con veinticinco mil pesos en monedas de cien o puro molido, como se dice en la calle. Bajo los ojos marcas azules de un mal sueño constante. En el cabello revuelto pelusas atascadas como pedazos de ciudad en resistencia. Pequeñas colonias de microbios en resistencia, pienso.

El ruido, que después de un rato comprendí le salía de la garganta, se amplificaba en el espacio de su boca entreabierta cruzando en línea recta a mis oídos. Una vez ahí me provocaba un espasmo que concluía en la punta de mi nariz. Sobre mis ojos una densa capa de sueño cubría con una película verde toda la habitación. En sus manos, quemaduras de cigarro y marcas de tinta alternaban en una secuencia transformadas al final en sendas costras de materia viva oculta bajo las uñas de cuerpo anónimo.

No se vale rezar, digo. Arquea la ceja, cortada a propósito con un lápiz delineador de ojos, y continúa durmiendo quieto durante el resto de la noche. El ruido desaparece poco a poco perdido entre los dientes.