sábado, 23 de junio de 2007

En línea recta

El notorio nudo en la garganta. Los dedos que tamborilean en el respaldo del asiento del frente. Siento ser espectadora ajena de mi propio cuerpo en su actual estado de aturdimiento. ¿Eso fue bueno o malo? Me quedo atenta a como mi mano se enrolla en la manilla de plástico, recordando a una oreja, y luego en el botón naranja del timbre. Al cambiar de vehículo es el intento desesperado por establecer una conversación con el taxista lo único que me impide llorar como Dios manda. Intento con el paro de micros, el Colo-Colo, la lluvia, el clásico “cómo ha estado la pega” y nada; su nuca sigue impenetrable al frente. Estoy resfriada, digo. Entro sin hablar en la sala húmeda y me siento entre la gente del taller como en un safari. Justo hoy puros cuentos tristes, pienso. Critico algo malo de la historia de una niña colorina, pero luego arrepentida digo que me gustó. No sé por qué abrí la boca desde un principio. Se me ocurre que la pobre también puede estar apenada el día de hoy, al límite, pero si me callo empezaré a pensar y ahí si que me largo. Es que estoy resfriada, repito, y enfilamos con mis amigos, nuevos y usados, mientras me seco la pera con una manga. Me pierdo en sus palabras hasta que cada uno se despide y camina hacia una dirección distinta. En la calle ya no hay nadie. ¿Desde cuándo te gusto?, dice. Me río y le devuelvo la pregunta. Responde que para él es distinto porque está enamorado y no sabe si yo le gusto o sólo me quiere mucho. Pero eres de las personas a las que más quiero, destaca. Entonces ahí sola da cosa subir a la micro de vuelta a casa, porque siento vergüenza de haberle dicho eso. Me quedo mirando fijo a los autos que, hechos pura luz en la noche, pasan rápido frente al asiento del paradero. En la tele me habían advertido que los hombres nunca se enamoran de las mujeres a las que usan, pero sorda como yo sola cambié el canal para ver una teleserie mexicana.

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