jueves, 8 de noviembre de 2007

Ropa sucia

Le recordaba a Padre en las mentiras tontas, sobre todo en el olor a cigarro y colonia inglesa. Le contaron que Padre, cuando ella nació, intentó por todos los medios dejar de fumar. Luego de la autopsia, el médico le dijo a la mamá que tenía un adenocarcinoma pulmonar del tamaño de un puño en el lado izquierdo, pero que esa no era la causa de muerte. Nunca supieron de qué murió Padre. Ni la mamá ni ella soltaron una lágrima en el velorio. Padre no había sido el hombre que ellas hubieran querido. Se quedaron solas, paradas en silencio junto al cajón. Luego anduvieron por las calles de la ciudad, con la mirada perdida, como buscando algo. Después de ese día fue que él se apareció por la casa, idéntico a Padre, como si la tierra lo hubiera escupido en la entrada desde el hoyo del cementerio.

Recordaba a Padre al verlo a él echado sobre la cama del cuarto del fondo, leyendo libros comprados a mil en la feria; juntando cuescos de durazno en un tazón del velador. Tenía la manía de acumular cosas inservibles, rodeándose, incluso llenando las rendijas en los muros de la habitación con tiras de papel de diario. Llevaban semanas compartiendo los muros. Era claro que no quería verlas. Cuando volvían por la tarde se encerraba en el cuarto del fondo, el de Padre, esperando a que se apagaran las luces, pasara la noche y volviera a salir el sol. Esperando a que se fueran, sólo así dormía un par de horas. Eso ella lo sabía porque alguna vez, enferma de gripe, lo escuchó desde su cama bajar en puntillas las escaleras cuando la mamá echaba llave a la puerta de la calle. Había días como ese, que le recordaba tanto a Padre, en los que el calor lo obligaba a entreabrir la puerta del cuarto. Ella lo veía sonreír por alguna cosa escrita en los libros, anotar una línea en el borde de una hoja manchándose los dedos con la tinta. En una ocasión lo vio enfundarse uno de los abrigos de Padre frente al espejo y dibujar una que otra palabra con la boca, en silencio.

Alguna noche la mamá y él se encontraron en el pasillo, escaleras arriba. Discutían. Al igual que Padre, él golpeaba el muro con el puño izquierdo. La pelea había concluido con el saldo de tres cachetadas entre las partes. En otra ocasión fue ella quien se encontró con él en ese lugar. Ambos, igual que Padre, acostumbraban bajar muy tarde por la noche a buscar agua de llave helada en el refrigerador. Nunca coincidieron en la hora más que esa vez, y bajaron juntos las escaleras. Ella sacó de la gaveta dos vasos de plástico verde. Se sentaron a tomar el agua como si fueran familia. Al llegar arriba, al umbral del cuarto del fondo, él le ofreció un montón de hojas sacadas de los libros, dobladas con formas de animales. Las había hecho para ella durante el verano, pues sabía que no tenía ningún juguete y se aburría tanto que lo espiaba tardes enteras por la rendija de la puerta. Ella agradeció colgándosele del cuello, abrazándolo. Él le dijo su nombre en voz muy baja, cuidando de que nadie fuera a verlos. La puerta en el cuarto del fondo permaneció abierta varios minutos. Incluso después de que otra puerta, la del pasillo, se cerrara con un lento arañar en la madera del piso.

El último día de esa semana la mamá lavó toda la ropa e hizo las maletas de ambas, calentó café, abrió la llave del gas. Dio a la cerradura de la puerta de la calle dos vueltas, despegando las manos de los barrotes con parsimonia. Ambas anduvieron por horas caminando en círculos por la ciudad. Al final siempre habían andado solas. Luego la dejó en casa de sus abuelos.

1 comentario:

maderisticabro dijo...

Ya, cumplí.
Lo leí, me gustó.
Aunque Padre me cayó súper mal. Vaya a saber uno porqué.
Y la mamá también.

Eso. Como que ando sin palabras.
Como siempre nomás
xD

Cuidate (: