viernes, 14 de septiembre de 2007

Friegatos

Crueldad hay en todos lados – no está mal empezar con una verdad genérica – y los pueblos perdidos, dispersos como carpas de gitanos en el desierto, no son la excepción.

La frase sin rumbo es la única herramienta que se me vino a la cabeza. Algo así como cuando uno compra el loto y elige los números sin pensar en nada fuera de afeitar el pasto. Mañas del oficio. Empecé por escribir párrafos cortos, no más de cuatro líneas. Cada vez que uno parecía iluminarse, otro presentaba la idea de un comienzo más alentador. Al final ninguno de los catorce escritos gozaba de buena salud. La nota de veinte líneas no salía, inventado o no el contenido de ésta, sin embargo sentía la necesidad de escribir sobre lo que ahí pasaba: anotar varias páginas, beber hartas tazas de café y partir por la mañana a la capital. ¿Pero qué era lo que estaba pasando? Cuatro casas de cuatro palos en medio de los cerros, un campo eriazo, un montón de locos y su par de gatos fritos.


Cuando me enviaron a cubrir la historia del friegatos la idea me revolvió mucho más que el estómago - la detención se realizó en la capital, una semana después de sucedidos los hechos a mediados de enero – porque hasta entonces nada tenía de interés ese pueblo a medio morir. Era mi cuarto día ahí sin nadie que quisiera hablar sobre el tema. Con suerte había gente de la cual obtener información, más dispuesta a matarme de aburrimiento tras largas sesiones de golpear puertas que de confirmarme al pueblo como el lugar de la noticia. Ni monosílabos salían de sus bocas. Su demora en salir de las casas me hizo creer que algo tenía en la cara más allá del gesto citadino. Mi ajenidad geográfica era algo evidente desde el principio.


- ¿Y a qué viene usted?

- A escribir una historia.

- ¡Ah! –dijo él.

Y volvimos al silencio.


El camión avanzaba lento, como una serpiente atravesando la estela de polvo amarillo que se cernía sobre toda la vista. Los ojos se distendían en los alienígenas tatuados en cada cerro, en la intermitente línea de recorte entre el cielo y la tierra. El camino desde Fátima al pueblo, sin ser largo, resultaba tedioso como ninguno.

- Debe de ser una historia muy interesante –volví a oír a la voz de al lado- para venir desde la capital hasta acá, me imagino.


Luego dijo, ante algunas de mis preguntas:


- Nada bueno se puede escribir sobre eso.


Y me bajé. Las casas y sus techos de paja parecían una pintura deshecha de vapores.

Dos días de conversaciones idénticas a esa primera; días de vagar por la única calle principal adivinando a la gente tras los muros de las desvencijadas casas. Me encerré después de eso dispuesto a inventar cada palabra en la historia que me habían encargado. Las autoridades locales – que aún no tenía el placer de conocer y esperaba de hecho existieran – hablan con consternación del peor caso de maltrato animal visto en la historia del municipio. Hasta ese momento ni siquiera había visto una cucaracha en ese lugar, por lo cual era probable nadie maltratara animales con frecuencia.

Para la cuarta noche ya estaba convencido de que ninguna de esas largas oraciones podía disimular todo lo inexplicable de esa historia y esa gente, su carencia total de palabras. Aún no sabía el lugar donde habían sucedido las cosas, la casa del friegatos, sus amistades o en qué colegio había estudiado. Necesitaba salir a fumar y buscar esa casa. La noche clareaba y era urgente, en ese punto inerte, encontrar un Lucky Strike y el lugar de los hechos. Lejos de casa el exotismo en la carencia de temas me había atrapado: no era culpa de los que no hablaban, sino que del que no podía inventar lo que ellos querían decir de esa forma.


Durante la noche parecía haber una vida retorcida en los pasajes del tierral. Algunas lucecitas a lo largo de la calle hacían más sólidas las estructuras derretidas en el día y las puertas, abiertas por completo, las dejaban ver en un intento de atrapar algún viento fresco. Me convertí en un punto de luz rojo, y con intermitencia en el destello blanco del flash de la cámara de fotos.


Un freidor de gatos no tendría una casa tan pulcra como esa del frente, ni pondría plantas en la ventana como la de ese lado. – El estado de descuido y fealdad de esta casa muy probablemente responde a los escabrosos rituales satánicos realizados por el imputado con mucha anterioridad al hecho que ahora nos ocupa - Era necesario encontrar una ilustración para todas las oraciones que estaban por ser escritas esa noche. - Quiero tomar unas fotos de su casa.


- Ésta es –indicó la vieja, que de vieja se juntaba con todo lo demás de ahí–, pero ya está muy oscura.

- Necesito tomarlas adentro.


Y me hizo pasar en el acto. Tomé fotografías de sus ollas, delantales sucios y algunas plumas amontonadas bajo el escobillón en una esquina mientras ella observaba fijo el paisaje afuera. Cuando le pregunté si sabía algo del friegatos palideció, la piel se le puso de gallina y parpadeó incontables veces hasta secar sus ojos. Era mi último intento por rescatar algo real para esa historia inventada. No perdía nada, pensé. Cerró de un portazo la casa y se quedó en una silla, sentada frente a la puerta.

- Aquí nunca ha habido gatos, ni aceite para freír, ni freidoras, ni nada de eso.

- Sí los hay, o los hubo -continué–. Los hubo cuando ese hombre tomó a esos gatos y los echó al sartén.

- ¿Y quién lo dice?


Lo había dicho el hombre mismo, que había corrido hasta Fátima, y desde ahí a la capital. Ahí había confesado, corrido, y estaba en la cárcel casi por voluntad propia. Eso porque cosas peores debían de pasar en ese pueblo enterrado sin que nadie se enterara.

- Aquí hay secretos: nadie sale de aquí con historias. No hay mapas ni calles para ir y venir –dijo.


Y volvimos al silencio, que se comía a todas las posibles conversaciones.

- ¿Y tiene que ver eso con mis gatos?

- ¿A quién le importan esos gatos? –preguntó más para si misma que otra cosa– La guinda de la torta los gatos esos, nada más.



Se levantó de la silla. Arrastraba una pierna hasta la puerta de entrada que, una vez abierta, me mostró la silueta de los cerros, las casas, y las ventanas en ellas. Podía imaginar los ojos tras esas oscuras ventanas, uno a uno puestos sobre nuestra figura recortada en la luz del umbral. No había nada más que hacer esa noche, ni siquiera perder el tiempo escribiendo las veinte líneas. Caminé tras la vieja hasta la salida del pueblo que, mirado desde la ladera que lo conectaba a Fátima al correr, no era más que una mancha de aceite negro sobre la tierra.



3 comentarios:

Miss Rydia dijo...

Todo lo que es Guiones 101, jajaja. Me gustó... tienes el knack, oye. Ahí tienes a tu onda de pueblo imaginario para el libro de cuentos que vas a sacar. Yo seguiré escribiendo puras tonteras.
Notable la pelea de ayers por el sexo de tu protagonista...

Te quiero mucho!!
Feliz cumpleaños!!

Cristóbal H dijo...

Yo tengo que escribir que realmente me encantó. Te faltó la pura clase guionística para dejarlo así como completo.

La pendeja esa no tenía idea, emo y la ctm...jajaja

"El mejorcito"

Saludos y Feliz Cumple, mi condrepa.jajaja.

nosesilbar dijo...

(L)

está muy cinematográfico
me gustó mucho mucho Caro

te felicito nena


la palabra desvencijada es como que tuviera marca registrada de residencia en la tierra no te pasa?

este jueves nos vemos!!!