lunes, 14 de mayo de 2007

Trascendencia

Sólo quise ir al cielo. Terminé por convencerme de que, por lo menos una vez a la semana, era bueno abandonarlo todo. Dejé de salir por las noches con mis amigos a fumar, comencé a comer vegetales tres veces al día, bajé de peso. Saqué los carteles metaleros que cubrían mis paredes y me corté el cabello. La vida espiritual me dictaba como base el ejercicio de obsequiar y recibir. El abandono progresivo de mi vida anterior pasó de un deber a ser un vicio. Poco a poco fui acostumbrándome a sonreír sin dar importancia a nada, y a que la vida fuera buena conmigo, quizás de forma sospechosa.

En lugar de respirar esa vida como un regalo todo me pareció amenazador: cosas buenas comenzaron a ocurrir con una frecuencia que me hizo sentir culpable. Todo lo bueno que me sucedía implicaba una maldad a alguien más. Lo primero fue muy obvio, la herencia por el fallecimiento de una tía materna, sin embargo en todo lo que se me entregaba cabían dudas mortales. ¿Cuántos africanos mueren al año para que yo pueda tener una fiesta sorpresa de cumpleaños?, ¿Cuántos para que yo transite por las calles montado en bicicleta?, ¿De cuánto amor privaba a los demás amando únicamente a Sofía?, o aún peor, ¿Cuánto amor al resto desperdiciaba ella en mí?. Toda felicidad se mezclaba con una tristeza indescriptible. Hacía las cosas cada vez peor, sabía eso, pero no podía detenerme. La suerte estaba fuera de mis manos.

Decidí abandonarlo todo. Todo anterior inicio me pareció cínico al lado de éste, auténtico y completo. El viaje fue una despedida, natural a mi parecer, antes de comenzar de cero. Al regreso planeaba estabilizarme, ir lejos de la ciudad a un lugar donde nadie me conociera, vivir apenas de lo esencial. Y ahora esto, jugar inocentemente y ganar un premio. En primer lugar nunca debí haber jugado, en el juego siempre está el afán de ganar. Nunca debí hacer este viaje. Ahora si que estoy cagado, nunca voy a poder ser alguien bueno. Es más fácil que un camello pase por el ojo de una aguja. Es más fácil que desista de una vez de ser bueno o que espere ir al cielo sin hacer nada. Pero no puedo pensar a cada instante que me estoy hundiendo y bajar los brazos. Debo hacer algo antes de que empeore mi situación. Si mi suerte dicta que sólo me ocurran cosas buenas es mejor que ya nada me pase. Si no soy capaz de perder aquí, entonces no ganaré nada, y ya sólo hay una cosa que puedo perder a propósito en esta buena racha, para mi mala suerte. Sobreviviré, aunque de mí no sobreviva todo.

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